Ignoro de dónde salió. Alguien, persona o entidad, lo adquirió de alguna forma con intención de regalo. Y puedo asegurar que consiguió lo buscado en grado sumo, mucho más allá de sus probables intenciones iniciales. Lo digo porque el estuche llegó a un destinatario. ¿Hubo antes otros destinatarios intermedios? Ni lo sé, ni puedo, ni me interesa saberlo. Pero a él sí que lo tengo identificado e incluso, aunque poco, y más bien de vista, lo conozco y sé quién es. El caso es que, por lo que me han contado, no es bebedor de whisky, así que, ni corto ni perezoso, traspasó el regalo (o premio o lo que fuera) a un amigo suyo, quién, cosas de la vida, tampoco bebe whisky. Y a este sí que lo conozco. Es generoso, trabajador, abierto y vital. Nos conocimos y tratamos levemente hace unos cuarenta años, de jóvenes, más por las noches que por el día y a causa de tener unas amigas comunes, que fueron quienes nos pusieron en contacto. Y ahora, desde hace poco, cuatro décadas después, nos hemos vuelto a encontrar por causas deportivas, marineras y de tradición casi etnográfica. Sorpresas te da la vida. El caso es que él, al enterarse de mi afición al whisky de malta, me traspasó igualmente el estuche. Y así llegó a mis manos un whisky que, por su elevado precio, jamás me hubiese comprado.
¿De qué precio estamos hablando? Contestar a ello en cifras de moneda oficial me parece un error por varias razones. Principalmente porque los whiskies oscilan mucho de precio en poco tiempo, al igual que lo hacen dependiendo de dónde se compren. Pero también porque estos textos que quedan publicados por tiempo indefinido, con los años, pueden resultar engañosos a causa de la inflación u otras variaciones económicas. Así que diré su precio en whisky. La botella en cuestión viene a costar entre 3 y 4 botellas de Lagavulin, más cerca de cuatro que de tres.
Me estoy refiriendo a The Macallan Rare Cask, 2023 Release. El whisky se presenta en una caja de forma prismática con base hexagonal irregular. Ancha frontalmente y por detrás, y más estrecha por sus flancos laterales. Lo primero que hay que hacer es sacar un estuche verticalmente de una carcasa de cartón blanco fino que ya presenta el producto con todos los honores. Al hacerlo, surge el estuche, que es de idéntica forma, pero de un color jaspeado en tonos acaramelados, como de mueble clásico rojizo bien alimentado de cera a lo largo de los años, con cierto empaque estructural y una textura de bajo relieve escamada a base de triangulitos. Y en el centro, en vitola de fondo blanco con bordes dorados, bajo un icono de la mansión de la destilería, reza su presentación: The MACALLAN Highland Single Malt Scotch Whisky RARE CASK. Aunque largo ¡simple y prometedor!
Estuche (Imagen propia). |
El estuche, de constitución a base de cartones, pero con elegante empaque y acabado, se abre en forma de puerta central de doble hoja, una superpuesta a la otra, y ambas correspondiéndose a los dos lados frontales del prisma hexagonal. Abrirlas da acceso a la botella. Esta está firmemente sujeta: encajada por su base en un hueco con la misma forma que su culo, y sujeta en su cuello por un anclaje de presión. Es una botella estilizada, más estrecha en su base romboide que en su parte superior, donde presenta una forma abovedada antes de proyectar su estilizado cuello hacia arriba. Creo que es la botella estándar actual de la destilería, aunque a mí me quedaba el recuerdo de la anterior. Es totalmente transparente y con discreta presencia de vitolas adheridas. Una frontal que repite la información del estuche, otra posterior con datos técnicos y una pequeña de forma triangular, pero ligeramente curvilínea, recordándonos que la destilería viene funcionando desde 1824, lo cual hace que, sin pretenderlo, nos hayamos bebido este whisky celebrando el bicentenario de su origen. ¡Buen pretexto! Además de un homenaje improvisado.
El magnífico whisky antes de empezarlo. (Imagen propia). |
Estuche y botella, cuando el malta ya pasó a la historia (Imagen propia). |
Por finalizar la descripción del continente, señalar que su tapón, de corcho, pesa mucho, algo que es debido a que la corona o tapa del corcho parece metálica. Está bañada en dorado y tiene grabada la figura de la casa principal de la destilería. Sin duda, un objeto a conservar, aunque probablemente guarde la botella completa.
Pero ¿de qué va todo eso de las barricas raras? ¿Cuál es el valor añadido de este whisky? El asunto se basa en que cada barrica de maduración de un single malt acaba desarrollando su propia personalidad. Aparecen diferencias, a veces muy discretas, otras provocando marcadas variaciones en el whisky que contienen. En The Macallan han descubierto que algunas barricas varían con respecto a las demás de un modo un tanto peculiar, obteniendo un whisky de color caoba, un intenso sabor dulce de pasas y una rica y aterciopelada sensación en boca. Las barricas de las que estamos hablando (las elegidas y todas las demás allí) son de roble y han sido previamente utilizadas para madurar sherry, algo que es seña de identidad de la destilería.
El whisky lo he podido disfrutar en varias moderadas tentativas, siempre acompañado de diversas amistades o familia, que andaban de visita casual. Ha sido pues un placer reiterado y compartido. Haberlo hecho así ha provocado que lo haya podido disfrutar en varias ocasiones bastante separadas en el tiempo, lo cual ha servido para, por ejemplo, consolidar mi opinión sobre este whisky, ya que me ha provocado muchísima estabilidad en mis apreciaciones. Siempre digo que, en esto del whisky, el momento y lugar en que lo bebemos, más aún, toda la contextualización (incluyendo el ánimo, la hora, la estación del año y lo que se haya bebido o comido antes), suelen influir bastante sobre lo que cada whisky en cuestión nos transmite. Por eso, en este caso, su estabilidad de percepciones se me antoja muy fiable y robusta. Además de muy buena, ahora voy con ello.
Para poder describirlo, algo siempre tan difícil, normalmente excesivamente poético por parte de quienes lo elaboran, y casi imposible por la mía, voy a ir comparando la declaración de la destilería con mi comentario al respecto en cada apartado.
Color: rubí caoba, a lo que no me opongo, en todo caso, no lejos de las gamas algo oscuras que suelen caracterizar al The Macallan 12 años tradicional.
Nariz: suaves notas de vainilla con ricas pasas, seguido por una fusión dulce de manzana fresca, limón y naranja. Ni refuerzo ni discrepo, pero sí que me parece un aroma muy rico, suave, complejo y dulzón. Francamente muy agradable.
Paladar: un sabor intensamente dulce a pasas domina antes de dar paso a vainilla y chocolate negro, con capas de cáscara de cítricos. Tampoco he sido nunca capaz de familiarizarme con este tipo de descripciones. Por mi parte, indicar que es un sabor muy armónico, perfecto a falta de ninguna estridencia. Complejo porque presenta muchos matices sin que ninguno sobresalga abusando. Nada ahumado y, desde luego, suave y nada rasposo o agresivo. Un placer.
Final: largo, rico y aterciopelado. Totalmente de acuerdo.
Mi conclusión es que estamos ante un whisky perfecto. Los hay más imperfectos pero que me gustan más. Esto es posible porque presentan rasgos de carácter (olor, paladar o final) que me atraen especialmente, por lo que resultan más de mi gusto. Pero reconozco que este me ha encantado y que, probablemente por su equilibrio, redondez, suficiente complejidad y perfección, pueda gustarle a la mayor parte de los aficionados al whisky de malta. Quienes me conozcan ya sabrán que mis apreciaciones (nunca me ha dado por valoraciones cuantitativas) se mantienen total y absolutamente ajenas a los precios de los whiskies. No me dejo influenciar por ellos ni en las alturas, ni en los bajos fondos de los mismos. Así que tómense estos comentarios sin tener en cuenta el precio de este whisky.
Pero ya que estamos con un The Macallan y en su bicentenario, parece buen momento para hablar un poco sobre la destilería y su whisky en general. Mi primer The Macallan, el 12 años de siempre, lo tomé en 1994 al ser uno de los seleccionados para la primera degustación del Clan Pagüenzo. No es un whisky al que haya recurrido con mucha frecuencia. No porque no me agrade, sino porque otros lo hacen más. Es más bien poderoso, y tiene tanto incondicionales como aficionados a los que no les convence mucho, todo ello dentro de un gran prestigio. Yo incluso lo calificaría como uno de los ejemplos más marcados de los single malts que se centran en el efecto de las barricas de jerez sobre el resultado final, que son muchos. Estamos hablando (cualquiera que sea su proceso de elaboración) de whisky de las Haighlands, el Speyside, e incluso con derecho a denominación Glenlivet. Con posterioridad he probado varias veces su versión 12 años Fine Oak, bastante más pálido de color y menos representativo de la destilería. No tengo un recuerdo demasiado marcado del mismo.
La destilería nos habla de seis pilares en los que basa su filosofía. Son los siguientes. Uno, el territorio, que fue adquirido en 1543, próximo al río Spey y sobre el que, desde 1700, se levanta una casa tradicional (manor) denominada Easter Elchies House. Dos, sus curiosamente pequeños alambiques (anchos pero muy bajos). Tres, todo el trabajo de fabricación de barricas propias de roble, que les lleva unos cinco años de dedicación artesanal. Cuatro, el periodo en que las barricas permanecen en Jerez de la Frontera madurando sherry. Cinco, el no añadir ningún tipo de colorante (caramelo) para conseguir su poderosa coloración 100% natural. Y, por último o sexto, la declarada maestría de su personal.
Tampoco he visitado la destilería. No se nos puso a tiro o surgió la oportunidad durante un viaje que hicimos hace décadas por el Speyside. En cualquier caso, aquello es un territorio hermoso, que mantiene un atractivo equilibrio entre la naturaleza silvestre y el entorno rural poco desarrollado, propio de comarcas más bien despobladas y de clima agreste. Sí que hemos visitado alguna bodega de finos, olorosos, amontillados… (sherry en general) en Jerez de la Frontera. Pero por allí se mantienen muy discretos (y hacen bien) a la hora de revelar con qué destilarías de whisky negocian, o a quién proveen de barricas. Sea como sea, la tradición de esta interacción geográfica no deja de parecerme bella y singular.
En los últimos años, en The Macallan parece que han estado ocupados en un ambicioso proceso de renovación. La destilería propiamente dicha, esto es, las salas de producción del whisky, se ha instalado en un modernísimo edificio de cubierta ondulada creada a base de materiales como el vidrio, estructuras metálicas, maderas tratadas, etc. con una distribución interior muy creativa que genera un aspecto espectacular. Simultáneamente bello, funcional y limpísimo. El edificio está cubierto por un manto vegetal que se amolda a las ondulaciones planteadas por la estructura superior. En una especie de integración con el paisaje al más puro estilo del arquitecto y artista vienés Friedensreich Hundertwasser, aunque la obra es de Rogers Stirk Harbour y asociados, y data de 2018. Son bastantes las destilerías que a lo largo de lo que llevamos de siglo están tomando el rumbo que anteriormente eligieron muchas bodegas de vino españolas: encargar edificios rabiosamente modernos, singulares y atractivos a arquitectos de prestigio. La búsqueda de la solución arquitectónica suele integrar siempre, como mínimo, tres fundamentos irrenunciables: la integración con el paisaje, mantener un cierto respeto al legado original y concebir el centro de visitantes como un elemento inherente al complejo productor. Lo del equilibrio entre lo actual (que tiende a representar el futuro) y la tradición toma mayor peso hacia uno u otro lado en función de cada proyecto y de lo que de verdadero interés histórico propio mantenga cada destilería. Unas conservan más y otras menos. En cuanto a lo de los centros de visitantes, aunque ya empezaron a crearse y proliferar en el último cuarto del siglo XX, actualmente se han convertido en una estrategia más de negocio, promoción, fortalecimiento de la imagen, etc. de la mayoría de las destilerías. En el caso de la renovación en The Macallan han buscado, entre otras cosas, el acceso visual total del público a los diferentes espacios (y fases) de la producción, procurando establecer una integración aparente total de los visitantes en la destilería.
Pasillo de aproximación al espacio de alambiques. Se aprecia perfectamente el interior y la forma de la cubierta. (Imagen: Joas Souza para archdaily.com). |
Espectacular sala de exposición de barricas. (Imagen: Joas Souza para archdaily.com). |
Artística imagen del círculo de alambiques mirando desde abajo hacia arriba. (Imagen: Joas Souza para archdaily.com). |
El edificio principal, semi-soterrado. La foto debió ser tomada en época temprana porque la hierba de la cubierta aun no había crecido. (Imagen: Joas Souza para archdaily.com). |
Impecable interior. (Imagen: Joas Souza para archdaily.com). |
Todo el esfuerzo llevado a cabo en la propiedad (edificios y terrenos) de cara a su muestra al público, encuentra paralelismo en su sitio web. También en la actualidad, quien más quien menos, todas las destilerías se han esforzado por diseñar páginas web atractivas, cuidadas o espectaculares, buscando siempre una especie de efecto evocador de la tradición, los placeres del whisky, atmósferas de felicidad, etc. Unos subrayan más un pasado idílico, otros su historia corporativa (porque la tienen y lo saben), otros su espíritu innovador, el arte, etc. Más que invitar a consumir (que también) las visitas a sus páginas animan a sumergirse en la cultura del whisky de malta (que al fin y al cabo es lo que hacemos en el Clan Pagüenzo) e incluso, algunas, logran que a los navegantes les entren ganas de pertenecer, de alguna manera, a la destilería que están viendo. Para ello disponen de estrategias de asociación o fidelización, clubes, o como Laphroaig, microparcelas de ciénaga en propiedad. En esta línea, como decía, la página web de The Macallan resulta muy atractiva. Además de mostrar su catálogo de productos, presumir de historia, paisaje y edificios, incluye un aspecto que me parece interesante… cuenta historias. Y como muestra de ello os dejo una que me ha gustado especialmente (casi estoy viendo en ella a una de mis abuelas…).
The Spirit of 1926 | The Macallan®
Desde un punto de vista más sentimental, tengo que recordar a Macallan, que fue uno de nuestros perros. Un magnífico labrador de capa clara con un carácter extraordinario. Obediente, cariñosísimo, tranquilo, silencioso y, tal y como nosotros solíamos definirlo: premio nobel de la paz. Jamás se peleó. Entusiasta de bañarse, Macallan nos acompañó en canoa, caminando por muchos bosques y ascendiendo algunas montañas, e incluso se vino conmigo a algunas rutas de esquí de montaña. Subíamos al mismo ritmo, pero, a la hora de descender, por mucho que él intentara correr, tardaba mucho más que yo esquiando, así que cuando le esperaba, al llegar hasta mí, Macallan se tumbaba sobre las tablas de mis esquís para retenerme mientras él recuperaba el resuello.
Macallan recién llegado a casa. (Imagen propia). |
Echando sus primeras carreras (Imagen propia). |
Macallan "juvenil" (Imagen propia). |
En la nieve en Alto Campoo. (Imagen propia). |
Dándose un baño tras lanzarse al agua desde una canoa (Imagen propia). |
Macallan acompañándome en una larga ruta de bosque. (Imagen propia). |
Por encima de los 2000m de altura (no recuerdo si la foto se corresponde al Cotomañinos o al Cueto Mañín). (Imagen propia). |
Ya sea por el gusto que me ha dejado este whisky, por los recuerdos del perro o por haber tenido a la destilería y su producto algo abandonados, quizás tenga que tener en cuenta su oferta de cara a futuros consumos. Ya veremos.