viernes, 2 de diciembre de 2022

LAPHROAIG "PX"

O lo amas o lo odias. Los licores elaborados en esta destilería presentan carácter de Islay sin contemplaciones. La isla es un territorio en el que se concentra una importante densidad de destilerías entre las que se encuentran aquellas que producen algunos de los maltas más ahumados de toda Escocia. Por si acaso, si alguno de ellos es menos ahumado, no debe el consumidor confiarse, porque su agresividad surgirá mediante algún otro tipo de atributo. Y en los pocos casos en los que el whisky en cuestión no sea tan fuerte, seguramente sea porque atesore otros motivos más sutiles que le harán igualmente deseable.

Sobre Laphroaig, en el Clan Pagüenzo celebramos una degustación monográfica en 1999 en Santiurde de Reinosa, muy cerca del collado Pagüenzo, en plena cuenca del río Besaya. Entonces dimos cuenta de dos acabados diferentes y pudimos compararlos con su “vecino” más ilustre en la isla: el Lagavulin 16 años. Los representantes de Laphroaig fueron su estándar de 10 años 43%, y otro 10 años Original Cask Strengh 57,3%. Del primero comentamos que nos pareció «muy fuerte, de los más invernales que existen, iodado, etc. Para fans de la destilería». En cuanto al segundo «Más de lo mismo, pero más alcoholizado aunque, sorprendentemente, no se nota tanto al probarlo como pudiera esperarse de las cifras y tras haber probado el otro. (57'3 %)». Pero de aquello han pasado ya más de dos décadas, por lo que no vamos a recrearnos en ello. En esta ocasión traigo a colación el resultado de una “recata” personal de un ejemplar de Laphroaig algo especial. La llevé a cabo en Pesquera, otro modesto pueblo también próximo al collado de Pagüenzo.

Antes de hablar de esta versión diferente, he de señalar que, durante muchos años, el Laphroaig “convencional” ha sido el whisky favorito de uno de los miembros históricos del Clan Pagüenzo. A ambos, a nuestro amigo y al Laphroaig, les gusta mostrarse como divergentes contestatarios. No es mi estilo, pero a ambos y a sus caracteres… los disfruto. Recuerdo que al finalizar el siglo XX, el mencionado compañero y yo nos ilusionamos con habernos hecho propietarios de un pie cuadrado de territorio fangoso cada uno, al que se suponía que nos había dado derecho la adquisición de sendas botellas. Sin embargo, pese a haber rellenado la correspondiente tarjeta incorporada a cada botella, y haberla enviado a la destilería, nunca llegamos a recibir los títulos de propiedad. Quizás se referían a un valor simbólico. Tal vez fuimos expropiados tiempo después con la disculpa del Brexit. No lo sé, pero hubiera sido divertido visitar la propiedad. Calzarse unas buenas katiuskas de tiro alto y hacer acto de presencia sobre el terreno.

“Estos terrenos son propiedad de la destilería Laphroaig, reservados para los Amigos de Laphroaig, quienes tienen un arrendamiento de por vida de una parcela sin registrar que está anotada en la destilería. Los Amigos tienen derecho a una renta anual por el terreno, de un trago de Laphroaig. […]”. (Traducción propia). (Imagen: laphroaig).

El “acabado” al que pretendo hacer referencia aquí es el PX Cask, triple Matured. La tercera  de las tres aludidas maduraciones se lleva a cabo en barricas que hayan contenido Sherry Pedro Ximénez. Es un tipo de acabado muy aplicado y prestigioso para varios de los principales productores de whisky de malta escocés. En cuanto a los periodos de maduración previos, en este caso siguen la siguiente secuencia: la primera se lleva a cabo en barricas previamente utilizadas para bourbon (otro recurso muy habitual); en cuanto a la segunda, lo que cambia es la estrategia de almacenamiento. Se emplean “quarter casks”, que son barriles más pequeños, buscando generar mayor contacto del licor con la madera. En total, el whisky madura durante 10 años. Aunque soy propenso a defender maduraciones entre los 12 y los 16 años (que es donde, generalmente, he ido encontrando los whiskys que más me han ido gustando), reconozco que no hay que ser fundamentalista en tal criterio, pues ocasionalmente se encuentran productos excelentes ligeramente más jóvenes o maduros. De hecho, en Laphroaig, que es un clásico indiscutible en el mundo del whisky de malta escocés, lo de los 10 años ya hemos visto que es una costumbre arraigada.

Vamos pues a referirnos a la impresión que me causó este whisky en concreto. Su color me resultó difícil de precisar al encontrarme entonces en unas condiciones de luces cálidas, pero poco intensas. Chimenea y bombillas tenues en una salita, toda ella forrada con planchas de madera. Me pareció plenamente intermedio en la escala cromática habitual de las tonalidades del whisky.

Respecto al aroma, mucho más fácil. No se esconde, tiene olor. Medicinal, del contenido escondido de algún viejo frasquito de botica abandonada. Pero muy agradable y con sutiles sugerencias a algo tipo loción vetusta. Evocador. Nostálgico de lociones o friegas corporales.

Ya en el trago, muestra un sabor de gran riqueza y enorme complejidad. Muy cambiante en función del juego en la boca. Muy, muy estimulante de las papilas gustativas. Proporciona un amargor potentísimo, pero respetando un dulzor muy agradable. Por eso, tirando de algunos de esos modelos de calificación que los expertos diseñan en forma de cuadrantes de dos o cuatro dimensiones (depende del punto de vista del usuario), personalmente lo calificaría como “rico al máximo” dentro del binomio ligero-rico; y de ahumado (aunque no demasiado) ajustando el criterio delicado-ahumado.

Como añadido, este whisky aporta un fantástico final. Cálido, pero no agresivo. A modo de buena compañía de velada. Una que no te abandona. De las que se quedan ahí agazapadas, reconfortante hasta que te duermas. En resumen, se trata de un whisky fantástico, diferente a cualquier otro. «Single Malt Laphroaig madurado mediante un proceso triple en barricas (bourbon, roble americano y de Pedro Ximenez). Color bastante más tostado y oscuro que lo habitual del Laphroaig. Resultado: un Laphroaig quizás levemente suavizado y con matices algo más complejos y menos "medicinales"». (Anotación personal del día que lo degusté con atención).

Mi botella, concretamente, era de 1 litro (procedencia aeroportuaria). (Imagen: clanpaguenzo).

Aquella noche, estando a solas en la casita de montaña y bosques, habiendo cenado y habiendo pasado algunos buenos ratos leyendo, decidí explorar los matices de este whisky con atención. Una vez tomadas las escuetas notas necesarias al respecto, me dispuse a disfrutarlo sin presiones. Removí los últimos leños de la chimenea y bebí los últimos sorbos sin prisa mientras, ensimismado entre sus vapores y sensaciones gustativas, escuchaba a Paolo Nutini entonar en directo “A Man's a man for a' that”, seguido de Tara Kannangara y Colin Story versionando “Auld Lang Syne”. Da gusto ver que la gente joven homenajea algunas tradiciones. Brindo por ello.

 

 

lunes, 14 de noviembre de 2022

XXIX DEGUSTACIÓN

XXIX DEGUSTACIÓN

Nos acercamos a los treinta años de vida del Clan Pagüenzo y las degustaciones anuales se siguen sucediendo. Unas veces con más afluencia de participantes que otras, pero siempre con un amplio número de habituales. En el 2022 nos reunimos en uno de nuestros lugares clásicos: la casona de la familia Sánchez Yncera en Galizano. Prado recién segado, chimenea tirando sin titubeos y una gran mesa dispuesta, con dimensiones suficientes como para facilitar que todos (diecisiete esta vez) nos pudiéramos ver bien las caras durante la cena. Aquella casa es un escenario ideal para este tipo de celebraciones porque presenta un aspecto rústico y noble a la vez. Casi de aristocracia rural de las de antaño. Construida en épocas no especulativas, sus pasillos y su escalera principal ofrecen tal anchura que permiten tertulias espontáneas en mitad, o que te saludes con dignidad, “casi de lejos”, con quién te cruzas. Nada de tener que ceder el paso o arrinconarse para dejar pasar. Y el salón principal es tan amplio que recibe con generosidad a una multitud respetable.

Como viene siendo habitual en nuestras reuniones de degustación, la velada constó de cuatro “momentos” o fases. Tras los saludos de bienvenida y reencuentro, una vez todos allí, procedimos a degustar el primer whisky de la noche como aperitivo. Había cierta curiosidad ante aquel primer ejemplar, Tomatin Legacy, teniendo en cuenta que dicho whisky había sido galardonado como ¡mejor whisky del mundo en el año 2022!. La verdad es que tal galardón nos pareció merecido pues el Tomatin nos encantó a todos. Nos pareció excepcional. Rico, amable y suave. Todo ello sin perder interés de aromas ni sabores. En varias ocasiones el clan ha tenido la oportunidad de comparar sus veredictos con otros ajenos, o con algunos datos relativamente objetivos y, comportándose como un grupo absolutamente independiente, va demostrándose a sí mismo que tiene criterio para esto del whisky y que no se deja embaucar por valoraciones ajenas. En este caso, lo dicho: premio merecido, el whisky nos pareció una maravilla.


Después nos sentamos a cenar. Patatas con costilla, vitello tonato (cuya salsa fue notablemente apreciada), empanada, macedonia de frutas, “corte” helado de crocanti y café. Los quesos variados los dejamos listos para poder picar algo durante el resto de la noche, por cierto que uno de ellos, en cuestión quesera, triunfó casi tanto como el Tomatin entre los whiskys. Hubo vino tinto o blanco para acompañar la cena. Mucha animación y alternancia de conversación grupal con otras más reducidas por diferentes sectores de la gran mesa.

 

De sobremesa probamos el The Spice Tree (“nuevo”) de Compass Box. Está empresa se esmera en hacerse un hueco importante en el mundo del whisky selecto para entendidos. Hace muchas cosas bien. Algún día quizás escribamos algo sobre ella. Sus productos son interesantes y merecen la pena, aunque en nuestra opinión quedan por detrás de los mejores single malt habituales, sea cual sea el tipo de whisky buscado: suave, complejo, ahumado, etc. Este resultó interesante y no disgustó, su problema principal es que el Tomatin estaba demasiado reciente en el recuerdo de todos.

El “tercer acto” fue diferente esta vez. Se dio la circunstancia de que uno de los asistentes había conseguido un estuche del blended Royal Salute 21 años Signature Blend. Una especie de joya  conmemorativa (la botella lo es) que Chivas lanzó al mercado en 1953 para celebrar la coronación de la Reina de Inglaterra. Teniendo en cuenta que recientemente la monarca había fallecido después de un extraordinariamente prolongado reinado, decidimos representar una especie homenaje formal. Sonaron dos breves versiones de “God sabe the Queen” separadas por las veintiún salvas del “saludo real”. La primera clásica, la segunda interpretada “eléctricamente” por Queen. Inmediatamente después probamos el whisky, que no es precisamente barato, y que sirvió para confirmarnos, una vez más, que en el clan somos de maltas. El licor está cuidado y no dudamos del esmero puesto en su elaboración, la selección de sus porcentajes de mezcla y las prolongadas maduraciones integradas. Sin embargo, había algo en su degustación que no acababa de convencernos. Quizás nos pase un poco como a los escoceses con respecto a los ingleses. Los primeros son más de malta, mientras que los segundos de blended; a los del norte no les hace gracia la soberanía real ni inglesa, al contrario que a los del sur, quienes, por lo general, parecen orgullosos y devotos de ambas. No sé si algo tendrá que ver con todo esto, pero el estuche en cuestión me había llegado por mensajería unas semanas antes. Me lo dejaron a la puerta de casa en el jardín, afortunadamente muy bien embalado ¡Menos mal! Porque Macallan (uno de nuestros perros), quizás haciendo honor a su nombre, tan escocés y “maltista”, decidió echarle una meada al paquete. En nuestro caso, cerramos el capítulo real pinchando el “God save the Queen” de los Sex Pistols. Toda una irreverencia que, por otro lado, como recuerdo cultural del nacimiento del punk, también encajaba como una muestra más de la enorme cantidad de sucesos y cambios sociales vividos por Gran Bretaña y su entorno europeo a lo largo del reinado de Isabel II.

Abandonada la mesa durante el “Royal Salute”, acometimos el resto de la velada en disposición informal, con cambios de agrupamientos y compañía, tomando asiento en sofás y butacones rústicos alrededor de la gran chimenea. Llegaba el momento de abrir y servir el whisky más potente de la jornada. El nombre lo anticipaba: “The Peat Monster”. Una versión muy modificada con respecto al whisky del mismo nombre que probamos en 2011. Ahumado lo era ¡mucho!. Fuerte también. Pero elegante, redondo y/o cautivador no, o no tanto. Sin señalar, ni decir nombres, que está feo, anda bastante alejado del placer que nos proporciona nuestro ahumado favorito.


La gente acabó muy contenta con la fiesta. Un año más, y ya casi son tres décadas, disfrutamos de la reunión y de los whiskys elegidos. Las posibilidades no se agotan, muchas destilerías lanzan propuestas diferenciadas diversificando su producto. Algunas de ellas (no todas) muy acertadas. Empresas como Compass Box amplían la oferta mediante recetas mezcladas, más territorio por explorar. El entorno japonés, que tenemos muy olvidado, sigue creciendo, aunque sus precios no invitan a arriesgarse a probar productos que luego puedan no alcanzar la calidad de las destilerías escocesas consagradas. En cualquier caso, seguimos ahí, en la brecha, alzando los vasos para olfatear el whisky, admirar su brillo y color, y paladearlo con interés y disfrute.

Un logro simbólico que nos ha dejado esta degustación es que, en cifras oficiales, finalizada la misma ¡hemos alcanzado los 125 whiskys diferentes degustados! No está nada mal. Se dice pronto, pero alcanzar tal cifra lleva su tiempo y demuestra una sincera afición.

 

jueves, 4 de agosto de 2022

LA IMPORTANCIA DE UN TARTÁN

Verano. Un matrimonio sale de casa a pasar un día fuera. Tres décadas casados y ahí siguen, juntos. Por la mañana van a ver coches. Después comen de picoteo y la tarde la dedican a contemplar vestidos de mujer. ¿Compensación igualitaria? Eso pensarían algunas mentes prejuiciosas. ¿Entretenimiento estándar consumista (o anhelante de un consumo al que no siempre se puede llegar)? Ese podría ser el relato si las visitas se hubieran producido en unas galerías comerciales o un “Mall”, “Arcade” o “Village” que incluyese concesionarios de automóviles y secciones de corte y confección. Pero los relatos, por mucho que la tendencia actual se empeñe, suelen ser falsos. Seré un antiguo, pero no creo en las realidades paralelas a la carta de cada cual. Y es que, por encima de los coches y los vestidos, lo que esta pareja iba buscando era arte y diseño. Menudo conflicto contemporáneo… quizás será mejor dejarlo en diseño hecho arte. Más concretamente: “arquitectura de las cosas”.

Y es que, en ocasiones, los comisarios de las exposiciones se quedan cortos, y el público va más allá y, con un poco de imaginación creativa y otra pizca de conocimiento contextual, se lanza e, irreverentemente, amplifica el hilo conductor de una exhibición complementándola o enriqueciéndola con otra. Así hizo nuestra pareja. Primero se plantó en el Guggenheim de Bilbao (Vizcaya) para disfrutar de “Motion. Autos and Architecture”. Más tarde, después de almorzar, se trasladaron hasta Getaria (Guipúzcoa) para conocer el Cristóbal Balenciaga Museoa. Sobre esta combinación, sobre el arte del diseño del modelado de las cosas (coches y vestidos) o del revestimiento de cuerpos femeninos o motores y chasis, se podría hablar mucho. También sobre sus vinculaciones con la arquitectura o con las artes. Pero es algo que dejaré (o no) para otra ocasión y otro espacio. Hoy, sobre lo que quiero reflexionar es sobre la importancia de un tartán.

El tartán es un diseño. Más allá de una tela de cuadros “escoceses”, es decir, una combinación de colores, cruces, anchura de tramas, etc. Acaba arrojando un resultado visual identificable e identificador. Representativo. Originalmente vinculado a un clan concreto. Cada cual al suyo. Hoy en día, con la globalización de por medio, la antigua, la imperial, la colonial… y la actual, la posmoderna, es más difícil que lo encontremos vinculado a un algo identitario concreto, aunque también hay casos. Nuestro Clan Pagüenzo, sin ir más lejos, es uno de ellos: entidad con tartán de diseño exclusivo ¡Así nos las gastamos!

Pero tampoco quiero dedicar este texto a exponer una mala y corta historia del tartán y su significado. No, lo que pretendo es dar cuenta de algunas pinceladas que el matrimonio aludido se encontró en su doble recorrido expositivo. Para subrayar la importancia de que algún que otro tartán se erigiera protagonista en ambas exposiciones, conviene recordar que la primera, la de los Autos, ha sido el resultado de una idea y dirección protagonizadas por Norman Foster; y que la segunda homenajea la vida y obra de Cristóbal Balenciaga. Ambas, irreprochables figuras de la arquitectura y la alta costura, respectivamente. Y ambas, con carreras profesionales ubicadas temporalmente, principalmente, a lo largo del siglo XX (Foster también en el XXI), aunque, en los dos casos, con incontables demostraciones de innovación y “captura” del futuro.

Pero… ¡al grano! En “Motion” la presencia de Le Corbusier es muy notable. Se alude a él por motivos arquitectónicos varios, y por el favorable impacto que en su visita a la macrofactoría de FIAT en Lingotto produjo. También porque diseñó un modelo de coche utilitario tremendamente futurista para su época. Un diseño que no se llegó a fabricar pero que “dijo” muchas cosas, de modo muy temprano. Lo que sí rodó por las carreteras de la época fue su automóvil de uso personal, que puede ser admirado en la exposición, un Voisin C7 “Lumineuse” de 1925. Parece que tuvo varios de ese mismo modelo y que encontraba un significativo paralelismo estético y conceptual entre su coche y sus edificios, y por eso solía aparcarlo, como posando, cuando fotografiaba sus edificaciones. El coche expuesto es muy interesante de ver. De admirar. En conjunto y al detalle. Y entrando en el terreno de lo segundo, un vistazo a su interior nos descubre que, contrastando con la sobriedad de los metales y el discreto color de la pintura de la carrocería, la tapicería de los asientos es un tartán.

le Coorbusier con su Voisin. (Imagen: Fondation Le Corbusier).

Con Yvonne y el coche. (Imagen: Fondation Le Corbusier).

 
El automóvil del arquitecto expuesto en "Motion". (Imagen: bmwfaq.org).

Si uno se fija en la tapicería de los asientos, el tartán aparece en el coche de Le Corbusier. Su diseño (el del tejido) fue obra de Coco Chanel.

Suele ocurrir que cuando uno visita una exposición que ha despertado su interés, y más tarde echa un vistazo (o varios) a su catálogo, sendos contenidos no siempre casan del todo. Es normal, las exposiciones importantes están vivas. Viajan de aquí para allá, saltan de continente y experimentan incorporaciones temporales contextualizadas en los lugares o países visitados, o incluso mermas provocadas por detalles en los términos de cesión temporal de las obras expuestas. El catálogo de “Motion” es de los que no se ajusta completamente a la exposición en Bilbao. Le faltan detalles y vehículos, pero, a cambio, aporta contenido que no está expuesto. Normalmente, cuando una exposición me entusiasma, adquiero el catálogo, y si no lo han elaborado, lo lamento bastante. Es, en cierto modo, un buen recurso para “llevarte la exhibición a casa”, para poder volver a ella, consultarla, poderla referenciar, etc. En la primera revisión de este catálogo me encontré con un vivo recuerdo de mi infancia y adolescencia. Un recuerdo que no aparece (salvo que a la pareja visitante se le escapara) en toda la exposición. ¡Otro tartán! El de Jackie Stewart. Stewart fue un magnífico piloto de Fórmula 1 que se mantuvo compitiendo a lo largo de la segunda mitad de la década de los sesenta y parte de la primera mitad de la de los setenta. Fue tres veces campeón del mundo, dos veces quedó segundo y otra tercero. Sus mejores resultados los obtuvo a bordo de los bólidos franceses Matra y de los británicos Tyrrell, aunque empezó en la categoría con BRM. Escocés de pro, Jackie lucía una banda de tartán impresa en sus cascos. Ya la mostraba en la época en la que los cascos eran abiertos a la altura de la mandíbula, y siguió haciéndolo con la llegada de los integrales. Ignoro si su tartán era uno específico que simbolizara alguna vinculación concreta. Lo digo porque, recientemente, he visto fotografías suyas de mayor en las que aparece cubierto con una visera de tartán en tonalidades completamente diferentes a las de sus tocados de antaño. En todo caso, dada la fidelidad de JS a la exhibición permanente de un tartán a lo largo de su carrera deportiva y de su posterior presencia pública, y más si tenemos en cuenta que la suya era una época en la que el despliegue de la imagen propia andaba muy lejos en recursos, posibilidades e ideas de la disponibilidad actual, parece lógico pensar que, para él, su tartán era algo importante.

Jackie Stewart a bordo de un Matra, con su casco con tartán. Aunque Matra llegó a desarrollar motores propios de 12 cilindros, aquí va equipado con el eterno Ford Cosworth V8. (Imagen: diecastlegends.com).

 
Anteriormente, Stewart a los mandos de un BRM, ya lucía el tartán, y no solo en el casco, sino también en el tapizado del asiento. (Imagen: elintransnews.com).

"Cockpit" del BRM P261 de Stewart. (Imagen: peerler2007 en flickr).



Aquí aparece ya en su famoso Tyrrell Ford y con casco integral, en 1973. (Imagen: tehbestf1.es).

Años después, con su habitual visera. Es otro diseño de tartán y es fácil encontrarlo con otros distintos. (Imagen: formulapassion.it).

De Balenciaga dicen los analistas expertos de la moda que, entre otras de sus muchas cualidades, estaba la de crear vestidos en un proceder arquitectónico. Un lograr volúmenes, siluetas y adaptaciones por y para cada cuerpo femenino, asegurándose, como principio fundamental, que dicho cuerpo estuviera cómodo y nunca constreñido. ¿Qué cuerpo? Un cuerpo femenino cualquiera y único, el de una mujer, aquella para la que fuese cada vestido. Lo opuesto a trabajar para vestir “el cuerpo femenino” considerado este como una entelequia ideal marcada por unos cánones determinados. No, esto último no iba con Cristóbal Balenciaga.

Aunque los tartanes no fueran precisamente un sello de identidad representativo de sus colecciones, no eludió su utilización en algunos de sus diseños. Uso sin abuso. Y es que otro de sus puntos fuertes (aparte del corte y patronaje, y algunos más) era la búsqueda y selección de tejidos diversos y la valentía con los colores, efectos y texturas. Pero el tartán, imagen textil ya clásica entonces, aparecía en algunas de sus propuestas.

Vestido de Balenciaga en tartán. (Imagen: Cristóbal Balenciaga Museoa).

Pero no es ese moderado empleo del tartán en sus creaciones la causa de su inclusión aquí. No, su presencia viene a colación de un retrato suyo. El creador era un hombre muy celoso de su intimidad y de su privacidad. Su relación con la prensa era muy recatada, comedida y limitada, siendo él quien marcaba la distancia. Aunque hay retratos suyos disponibles, no son tantos. Casi siempre aparece trajeado, impoluto, elegante y sin arrugas. Impecable, bastante clásico, pero sin ostentación. La mayoría de las veces con corbata. En uno de esos retratos, su rostro sugiere que pueda haberse tomado a una edad relativamente temprana, ya con su carrera encaminada, pero aun relativamente joven. El retrato aparece en el documental biográfico que se exhibe en el Museo y que, parece recomendable que sea lo primero a lo que atienda cualquier visitante. En la fotografía, de estudio y profesionalmente cuidada, llama la atención una elegante corbata que tiene la pinta de ser de lana de mohair y que configura un evidente tartán. Ignoro si para Balenciaga “un tartán era importante”, pero el hecho de que se hubiera comprado esa corbata y de que además fuera la elegida para una de sus escasas fotografías personales públicas, sí lo hacen importante para las personas que, como es el caso del referido matrimonio del principio, consideran que un tartán tiene importancia.

 

Retrato de Cristobal Balenciaga con corbata de tartán. (Imagen: alejandro prassel en pinterest).