¿Ha volado
usted alguna vez con Ryanair? Seguramente sí. ¿Ha vestido alguna prenda de
Primark?. Por favor, haga memoria a ver si visualiza algún mueble o enser de su
hogar que proceda de Ikea. Y qué me dice de haber adquirido cualquier cosa
mediante Amazon o haberse acercado a algún Decathlon para comprar algún
artículo deportivo que le hiciera falta. Todos ellos son ejemplos de la
novedosa civilización comercial que solemos denominar “low cost”, y que cada
vez se hace más presente en multitud de ámbitos de nuestras vidas.
Pero nosotros,
los aficionados a un producto tan selecto y tradicional como es el whisky de
malta, podríamos pensar que hay determinados reductos de cultura a los que la
citada tendencia tardará en llegar, o incluso no lo hará nunca. ¡Error!, ya
está aquí, otra cuestión bien distinta es si ha llegado para quedarse o no.
Ante dicha realidad, caben dos posturas opuestas: enrocarse en un
posicionamiento conservador y numantino, aderezado de una marcada pose de
dignidad y suficiencia, negando la existencia de tan bárbaro intento de
contaminación alcohólica. O bien, ser valientes, abiertos y enfrentarse a lo
que llega, probando y comparando sin prejuicios. Y eso es lo que, con más de un
cuarto de siglo de experiencia degustando whisky de malta, decidimos hacer en
el Clan Pagüenzo.
Antes de nada,
hay que aclarar que en el mercado siembre ha habido whisky barato disponible.
El popular Paddy irlandés o el castizo DYC español son dos ejemplos de ello.
Sin embargo, aquí, de lo que estamos hablando es de otra cosa, de whisky de
malta. Un licor más selecto, supuestamente más cuidado y, sobre todo, más
exigente en cuanto a sus procedimientos de elaboración. Tal es así, que hasta
hace relativamente poco, no había whisky de malta que pudiera ser catalogado
como “low cost”. Lo había relativamente barato, pero, casi siempre, vinculado
de modo explícito a alguna destilería de prestigio. El caso de algunos de los
productos de Glen Grant ha podido ser un buen ejemplo de ello, con algunos
maltas bastante asequibles, sin renunciar a la calidad. Lo que ocurre es que el
whisky de malta empezó a conocerse verdaderamente en Europa hará ahora unos 25
años, y poco tiempo después llegó a ponerse muy de moda, en una época en la que,
simultáneamente, nacían algunos ejemplos de modelo de negocio de carácter
global con la mencionada filosofía “low cost”. Con el malta el efecto tuvo
cierto retardo, algo fácilmente explicable, al menos por dos razones. Primera,
porque parece bastante arriesgado meterse a comerciar un producto
“manifiestamente barato”, en un mercado que valora especialmente lo
“distinguido” y lo “tradicional”. Segunda, porque por mucho que se quiera
alguien dar prisa en el asunto de la producción, en el caso del whisky siempre
hay que contar un algunos años de demora durante los cuales el licor tiene que
reposar dentro de las barricas.
La cuestión es
que, actualmente, cualquiera puede darse una vuelta por diferentes grandes
superficies comerciales y comprobar que, en sus estanterías de licorería, hay
botellas de whisky de malta a precios francamente reducidos. Botellas de marcas
ajenas al “catálogo” formal o tradicional de los productores de siempre. Ante
el hecho, la respuesta habitual del bebedor iniciado, es ignorar estos reclamos
por considerarlos “camelos”. Por desconfiar de su calidad. Sin embargo, dentro
del ámbito del vino, ya se está viendo, desde hace algunos años, como la
indiscutible e incuestionable opinión de Parker, ha podido elevar a puestos de
honor y gran relevancia internacional caldos aparentemente modestos e, incluso,
muy baratos. Algo que es relativamente fácil de explicar actualmente y que no
debería sorprendernos tanto. La razón principal probablemente resida en que, hoy
en día, para sobrevivir en un mercado tan competitivo, abierto, informado y
accesible, o se hacen las cosas bien, o se está perdido. Si a ello añadimos los
avances de tecnología industrial y de producción, la proliferación de personas
especializadas (académica y prácticamente) en asuntos como la enología, etc. se
llega a una conclusión que hace ya muchos años que hemos acabado haciendo
popular, algo así como: “es que ahora mismo casi todos los vinos son buenos”; o
por lo menos: “que ya hay buenos vinos
por casi toda la geografía española”.
Teniendo en
cuenta todo lo anterior, no puede uno esconder la cabeza y, si verdaderamente
quiere considerarse a sí mismo como un aficionado al whisky de malta con los
ojos (nariz, paladar…) abiertos, debería arriesgarse a probar.
Nuestro
proceso fue sencillo de organizar. Visité tres grandes superficies comerciales
y adquirí cinco whiskys con un precio inferior (o cercano) a los 20 €, todos
ellos de malta y, a ser posible, de lo que popularmente entendemos como “marca
blanca”.
La primera
parada la hice en Carrefour. Y aquí conviene insertar un antecedente de cierto
interés. Cuando existía Pryca (antes de ser absorbida, fusionada, integrada… o
lo que sea, con Carrefour), algunos de sus supermercados eran uno de los
mejores lugares donde adquirir whiskys de malta de prestigio a precios muy
competitivos. Algún eficaz sistema de compras debía de tener la empresa porque
variaba mucho de productos, pero moviéndose siempre entre los mejores
productores y con precios inmejorables. Incluso, en ocasiones, uno podía
encontrar en sus estanterías, cortas partidas de ejemplares casi incunables o
de ediciones muy limitadas y raras. En esta ocasión no buscaba eso, me fui
directo a lo que interpreté que serían “marcas blancas” producidas para
Carrefour. Y encontré dos: un producto franco-escocés y otro español.
“Glen Tyrell”.
Con evidente aspecto de whisky “barato” y un precio de 9,99 €, este Pure Malt ha
sido destilado y madurado en Escocia, aunque posteriormente se embotella en
Francia. Aunque desconozco la serie televisiva, me he informado de que su
nombre hace referencia a una “casa” de “Juego de Tronos”, algo que pudiera
estar motivado por una doble estrategia de marketing. La del tirón que podría
provocar el nombre entre consumidores jóvenes; o el asociarlo a la colección que
la destilería Clynelish dedica a las diferentes casas de Juego de Tronos (a un
precio aproximado de 65 €). En el caso del “low cost”, se trata de una mezcla
de maltas de 5 años. Al igual que todos los “low cost” que probamos, se
presenta con una graduación del 40%, que parece haberse convertido en una
especie de factor común de producción para este “segmento” del mercado. El
whisky lo di a probar como aperitivo, con la botella enfundada en una bolsa
negra y sin que nadie supiera que íbamos a disfrutar de una degustación “low
cost”. Unánimemente fue acogido con parabienes. Gustó mucho, no surgió reparo
alguno, y enseguida fue mayoritariamente “catalogado” como ejemplar suave,
apropiado, efectivamente, para un aperitivo, sin necesidad de ser acompañado
con hielo o agua. Y personalmente, aún conocedor de su origen, ofrecí idéntico
veredicto. En el fondo no es algo que me sorprenda. Me consta que la afición
gala al whisky de malta fue de las más tempranas de Europa. Allí se publicó una
buena guía hace muchos años, y surgieron varios mayoristas muy competentes
especializados en comprar partidas de barricas a reconocidas destilerías
escocesas, antes de que disfrutaran del boom del whisky de malta, cuando a
duras penas sobrevivían vendiendo parte de su producción para la elaboración de
los blended más populares. Hubo años en los que poder adquirir alguna botella
de determinados single malt escoceses tradicionales, únicamente era posible a
través de intermediarios especializados que embotellaban bajo su propio sello.
Y como digo, en ese campo, los franceses se movían bien. Así que, no sé quién
habrá sido el responsable de la selección de este whisky en Carrefour, pero,
bajo el punto de vista del Clan Pagüenzo, ha acertado de pleno.
El “Carc’s”
presentaba, por el contrario, un aspecto mucho más prometedor en cuanto a
botella y vitola, a un precio muy similar (10,6 €). Es muy pálido y se trata de
un Pure Malt de 8 años, en este caso, elaborado completamente en España. Es
producto de la empresa Sorel (de Arenys de Munt), especializada en el ramo
desde su fundación en 1875. Tras diferentes hitos de crecimiento, en 2007
construyeron una destilería propia. En 2017 crearon el sello DMB (Destilerías
Maresme Brands) con la intención de centrarse en la gran distribución de
productos “Premium”. En sus diferentes páginas web uno puede saltar de un lado
para otro entre DMB, Sorel Brands y Sorel Classics. Se declaran expertos en
licorería y en algo que empieza a resultarme cada vez más contemporáneo, frecuente
e incluso enigmático, como es el asunto de los “desarrolladores de marca”. Hace
poco mantuve una curiosa entrevista no profesional con una persona que ha
reconvertido un tradicional comercio local y familiar, altamente especializado,
en una tienda del ramo menos especializada y más vinculada a la moda, a la vez
que en una especie de oficina de “desarrollo de marcas ajenas”. Iniciativas empresariales de actualidad
aparte, este whisky fracasó estrepitosamente entre nosotros. No gustó nada,
resultando calificado de excesivamente áspero. Apenas dos personas concedimos
alguna bondad parcial. En mi opinión es un malta buen aroma y que presenta un
inicio de gusto prometedor, pero que de modo muy temprano es anulado por un
corto final bastante rasposo.
Antes de continuar
con esta especie de informe, hay que hacer mención de un intento de compra
anticipada que nos ha resultado frustrada ya en repetidas ocasiones. Hace más
de un año tuvimos noticia (por la prensa) de que dos whiskys comercializados
por la cadena de supermercados ALDI habían obtenido sendos galardones de
altísimo prestigio internacional. Un blended y un malta de las “islas”.
Interesados por probar el segundo, cada vez que un “Aldi” se cruza en mi
camino, entro a ver si lo encuentro, algo que nunca sucede. Ignoro las
políticas de distribución de la empresa, y no sé si ese tipo de noticias y
hechos responden a alguna estrategia de “reclamo” o “construcción de
prestigio”, pero el caso es que se nos ha quedado fuera del “experimento”. Una
pena.
La cacería prosiguió
en Mercadona. Allí encontré un DYC de malta que se vende igualmente en algunos
otros supermercados. DYC actualmente parece pertenecer a la multinacional Beam
Global. Eso es algo que, en principio, puede ser muy bueno o muy malo, en
función de lo que la entidad superior decida o plantee con respecto a la
destilería. Una gran cantidad de destilerías escocesas de las de “toda la
vida” son propiedad de grandes grupos
empresariales de dimensión multinacional (varios de ellos japoneses) y gracias
a ello sobreviven haciendo lo mismo que han hecho durante décadas. El caso es
que, actualmente, DYC, aparte de otros productos blended, ofrece al mercado un
Pure Malt de 10 años de antigüedad, y un Single Malt de 15. Pero el que
probamos nosotros era un Single Malt de 10 años que no aparece en el catálogo
de internet de la destilería, quizás, precisamente, por estar completamente
dedicado a la distribución en grandes superficies (realmente no lo sabemos).
Este ejemplar es de producción nacional y presume de utilizar cebada de
Castilla y León, algo que nos alegra mucho. Fue un whisky que provocó una
evidente diversidad de opiniones entre las que no apareció ninguna crítica
severa, aunque tampoco grandes elogios. Resultó aceptable para la mayoría, más
que aceptable si consideramos que tuvo un precio de 14,95 € y, todo hay que
decirlo, los de Segovia se han ganado un potencial cliente, porque hubo uno de
nosotros a quien el whisky le gustó mucho. Por lo demás, degustado este, hemos
decidido que probaremos el de 15 años.
La fase de
búsqueda y captura finalizó en Hipercor, donde capté los dos últimos whiskys
dedicados a la degustación “low cost”. Aunque aquí la oferta era más amplia, y
me costó más tiempo decidirme qué escoger, finalmente me mantuve comedido en
los precios y me alejé de marcas conocidas.
“Copper Dog”
se presenta como el whisky del Craigellachie Hotel, lo cual para mí fue una
gratísima sorpresa, porque conozco la localidad y disfruté de una estancia en
ella durante unos días hace algunos años. El pueblo está localizado en la
confluencia entre el río Spey y su afluente el Fiddich. No sé cuántos bares
tendrá en total, pero no creo que sean más de los cuatro de los que tengo
referencias. Uno de ellos es un pub muy sobrio, al más puro estilo tradicional,
bello y solitario, situado al borde del Fiddich, en la planta baja de una
típica casa escocesa blanca. Otro es un amplio y concurrido pub situado en el
centro del pueblo, donde se puede cenar, se concentra mucha gente y sirven un
malta propio denominado The Highlander (como el pub). Pero algo apartado, en
una ubicación privilegiada, está situado el hotel Carigellachie, lujoso y
elegante, el cual no he tenido el placer de disfrutar. El caso es que dicho
hotel tiene su propio pub, además de un bar muy especial. En el pub hay una
carta con 98 maltas disponibles, pero en el Quaich Bar presumen de atesorar una
colección de ¡900 single malts!. Con esas referencias, quién se podría resistir
a probar “su” pure malt (que ellos denominan “blended malt”). Y menos aun
teniendo en cuenta que tan singular experiencia iba a costar apenas 19,90€. En
este caso las valoraciones y comentarios resultaron bastante diversos. Es un
whisky de cierta complejidad de matices, por lo que probablemente requiera una
degustación más atenta, quizá algo repetida y, seguramente, solitaria (sin la
mediación de otros whiskys). En general fue bien aceptado, aunque sin arrancar
verdadero entusiasmo.
Con aspecto
serio, bien presentado en estuche cilíndrico de cartón, pero una denominación
lamentable, se presentó el “Glennscott”. Un whisky declarado de las Highlands,
de nuevo “blended” malt (otro pure) y de 12 años de edad. Todo ello con un
contenido precio de 21,30€. Lo del nombre me parece un desatino. Para empezar,
por aglutinar dos referencias genéricas nada disimuladas, tratando,
seguramente, de hacer que el potencial comprador evoque Escocia a toda costa. Pero
además por colocar lo que modestamente creo que es una ene de más en mitad. Me
temo que lo hayan hecho para evitar coincidir con otro whisky de marca “Glen
Scott”, que comercializa varios whiskys de precio aparentemente asequible, sin
referencia a destilería alguna, con cierta obsesión por el posicionamiento a
través de redes sociales y que incluye en su catálogo (y esto sí que tiene
cierto interés) un malt kosher para los aficionados de la comunidad judía. Denominación aparte, el ejemplar que Hipercor
presenta como “marca blanca”, está destilado y mezclado en Escocia, se elabora
en exclusiva para Hipercor y su itinerario de comercialización pasa, de alguna
manera, por Bogotá (¿?). El encargo lo asume la firma Masoliver (Gerona),
empresa licorera que parece estar especializada en la importación, a través de
Masoliver, y en algunas elaboraciones (Beveland) mediante una destilería
propia. El whisky resultó suave. Nada agresivo, sin gran personalidad, pero
cumplidor. Fue bien acogido por todos, y aunque no será favorito de nadie,
sirve para cumplir el papel de un whisky de malta sencillo si en algún momento
te apetece tomarte uno.
Y eso fue todo
con respecto a nuestro “experimento”. Mereció la pena llevarlo a cabo, y para
nada arruinó nuestra degustación anual. A través de estos cinco whiskys pudimos
poner en acción nuestros instintos perceptivos, buscar matices y encontrar
algunas gratas sensaciones. Aunque no descubrimos ningún tesoro oculto, pese al
positivo hallazgo inicial, lo que a priori pudiera haber sido calificado como
una apuesta de altísimo riesgo, no fue tal, así que quién sabe, el tiempo lo
dirá, quizás el whisky de malta “low cost” ha llegado para quedarse.