martes, 26 de noviembre de 2019

WHISKY DE MALTA "LOW COST"


¿Ha volado usted alguna vez con Ryanair? Seguramente sí. ¿Ha vestido alguna prenda de Primark?. Por favor, haga memoria a ver si visualiza algún mueble o enser de su hogar que proceda de Ikea. Y qué me dice de haber adquirido cualquier cosa mediante Amazon o haberse acercado a algún Decathlon para comprar algún artículo deportivo que le hiciera falta. Todos ellos son ejemplos de la novedosa civilización comercial que solemos denominar “low cost”, y que cada vez se hace más presente en multitud de ámbitos de nuestras vidas.

Pero nosotros, los aficionados a un producto tan selecto y tradicional como es el whisky de malta, podríamos pensar que hay determinados reductos de cultura a los que la citada tendencia tardará en llegar, o incluso no lo hará nunca. ¡Error!, ya está aquí, otra cuestión bien distinta es si ha llegado para quedarse o no. Ante dicha realidad, caben dos posturas opuestas: enrocarse en un posicionamiento conservador y numantino, aderezado de una marcada pose de dignidad y suficiencia, negando la existencia de tan bárbaro intento de contaminación alcohólica. O bien, ser valientes, abiertos y enfrentarse a lo que llega, probando y comparando sin prejuicios. Y eso es lo que, con más de un cuarto de siglo de experiencia degustando whisky de malta, decidimos hacer en el Clan Pagüenzo.

Antes de nada, hay que aclarar que en el mercado siembre ha habido whisky barato disponible. El popular Paddy irlandés o el castizo DYC español son dos ejemplos de ello. Sin embargo, aquí, de lo que estamos hablando es de otra cosa, de whisky de malta. Un licor más selecto, supuestamente más cuidado y, sobre todo, más exigente en cuanto a sus procedimientos de elaboración. Tal es así, que hasta hace relativamente poco, no había whisky de malta que pudiera ser catalogado como “low cost”. Lo había relativamente barato, pero, casi siempre, vinculado de modo explícito a alguna destilería de prestigio. El caso de algunos de los productos de Glen Grant ha podido ser un buen ejemplo de ello, con algunos maltas bastante asequibles, sin renunciar a la calidad. Lo que ocurre es que el whisky de malta empezó a conocerse verdaderamente en Europa hará ahora unos 25 años, y poco tiempo después llegó a ponerse muy de moda, en una época en la que, simultáneamente, nacían algunos ejemplos de modelo de negocio de carácter global con la mencionada filosofía “low cost”. Con el malta el efecto tuvo cierto retardo, algo fácilmente explicable, al menos por dos razones. Primera, porque parece bastante arriesgado meterse a comerciar un producto “manifiestamente barato”, en un mercado que valora especialmente lo “distinguido” y lo “tradicional”. Segunda, porque por mucho que se quiera alguien dar prisa en el asunto de la producción, en el caso del whisky siempre hay que contar un algunos años de demora durante los cuales el licor tiene que reposar dentro de las barricas.

La cuestión es que, actualmente, cualquiera puede darse una vuelta por diferentes grandes superficies comerciales y comprobar que, en sus estanterías de licorería, hay botellas de whisky de malta a precios francamente reducidos. Botellas de marcas ajenas al “catálogo” formal o tradicional de los productores de siempre. Ante el hecho, la respuesta habitual del bebedor iniciado, es ignorar estos reclamos por considerarlos “camelos”. Por desconfiar de su calidad. Sin embargo, dentro del ámbito del vino, ya se está viendo, desde hace algunos años, como la indiscutible e incuestionable opinión de Parker, ha podido elevar a puestos de honor y gran relevancia internacional caldos aparentemente modestos e, incluso, muy baratos. Algo que es relativamente fácil de explicar actualmente y que no debería sorprendernos tanto. La razón principal probablemente resida en que, hoy en día, para sobrevivir en un mercado tan competitivo, abierto, informado y accesible, o se hacen las cosas bien, o se está perdido. Si a ello añadimos los avances de tecnología industrial y de producción, la proliferación de personas especializadas (académica y prácticamente) en asuntos como la enología, etc. se llega a una conclusión que hace ya muchos años que hemos acabado haciendo popular, algo así como: “es que ahora mismo casi todos los vinos son buenos”; o por  lo menos: “que ya hay buenos vinos por casi toda la geografía española”.

Teniendo en cuenta todo lo anterior, no puede uno esconder la cabeza y, si verdaderamente quiere considerarse a sí mismo como un aficionado al whisky de malta con los ojos (nariz, paladar…) abiertos, debería arriesgarse a probar.

Nuestro proceso fue sencillo de organizar. Visité tres grandes superficies comerciales y adquirí cinco whiskys con un precio inferior (o cercano) a los 20 €, todos ellos de malta y, a ser posible, de lo que popularmente entendemos como “marca blanca”.

La primera parada la hice en Carrefour. Y aquí conviene insertar un antecedente de cierto interés. Cuando existía Pryca (antes de ser absorbida, fusionada, integrada… o lo que sea, con Carrefour), algunos de sus supermercados eran uno de los mejores lugares donde adquirir whiskys de malta de prestigio a precios muy competitivos. Algún eficaz sistema de compras debía de tener la empresa porque variaba mucho de productos, pero moviéndose siempre entre los mejores productores y con precios inmejorables. Incluso, en ocasiones, uno podía encontrar en sus estanterías, cortas partidas de ejemplares casi incunables o de ediciones muy limitadas y raras. En esta ocasión no buscaba eso, me fui directo a lo que interpreté que serían “marcas blancas” producidas para Carrefour. Y encontré dos: un producto franco-escocés y otro español.

“Glen Tyrell”. Con evidente aspecto de whisky “barato” y un precio de 9,99 €, este Pure Malt ha sido destilado y madurado en Escocia, aunque posteriormente se embotella en Francia. Aunque desconozco la serie televisiva, me he informado de que su nombre hace referencia a una “casa” de “Juego de Tronos”, algo que pudiera estar motivado por una doble estrategia de marketing. La del tirón que podría provocar el nombre entre consumidores jóvenes; o el asociarlo a la colección que la destilería Clynelish dedica a las diferentes casas de Juego de Tronos (a un precio aproximado de 65 €). En el caso del “low cost”, se trata de una mezcla de maltas de 5 años. Al igual que todos los “low cost” que probamos, se presenta con una graduación del 40%, que parece haberse convertido en una especie de factor común de producción para este “segmento” del mercado. El whisky lo di a probar como aperitivo, con la botella enfundada en una bolsa negra y sin que nadie supiera que íbamos a disfrutar de una degustación “low cost”. Unánimemente fue acogido con parabienes. Gustó mucho, no surgió reparo alguno, y enseguida fue mayoritariamente “catalogado” como ejemplar suave, apropiado, efectivamente, para un aperitivo, sin necesidad de ser acompañado con hielo o agua. Y personalmente, aún conocedor de su origen, ofrecí idéntico veredicto. En el fondo no es algo que me sorprenda. Me consta que la afición gala al whisky de malta fue de las más tempranas de Europa. Allí se publicó una buena guía hace muchos años, y surgieron varios mayoristas muy competentes especializados en comprar partidas de barricas a reconocidas destilerías escocesas, antes de que disfrutaran del boom del whisky de malta, cuando a duras penas sobrevivían vendiendo parte de su producción para la elaboración de los blended más populares. Hubo años en los que poder adquirir alguna botella de determinados single malt escoceses tradicionales, únicamente era posible a través de intermediarios especializados que embotellaban bajo su propio sello. Y como digo, en ese campo, los franceses se movían bien. Así que, no sé quién habrá sido el responsable de la selección de este whisky en Carrefour, pero, bajo el punto de vista del Clan Pagüenzo, ha acertado de pleno.

El “Carc’s” presentaba, por el contrario, un aspecto mucho más prometedor en cuanto a botella y vitola, a un precio muy similar (10,6 €). Es muy pálido y se trata de un Pure Malt de 8 años, en este caso, elaborado completamente en España. Es producto de la empresa Sorel (de Arenys de Munt), especializada en el ramo desde su fundación en 1875. Tras diferentes hitos de crecimiento, en 2007 construyeron una destilería propia. En 2017 crearon el sello DMB (Destilerías Maresme Brands) con la intención de centrarse en la gran distribución de productos “Premium”. En sus diferentes páginas web uno puede saltar de un lado para otro entre DMB, Sorel Brands y Sorel Classics. Se declaran expertos en licorería y en algo que empieza a resultarme cada vez más contemporáneo, frecuente e incluso enigmático, como es el asunto de los “desarrolladores de marca”. Hace poco mantuve una curiosa entrevista no profesional con una persona que ha reconvertido un tradicional comercio local y familiar, altamente especializado, en una tienda del ramo menos especializada y más vinculada a la moda, a la vez que en una especie de oficina de “desarrollo de marcas ajenas”.  Iniciativas empresariales de actualidad aparte, este whisky fracasó estrepitosamente entre nosotros. No gustó nada, resultando calificado de excesivamente áspero. Apenas dos personas concedimos alguna bondad parcial. En mi opinión es un malta buen aroma y que presenta un inicio de gusto prometedor, pero que de modo muy temprano es anulado por un corto final bastante rasposo.

Antes de continuar con esta especie de informe, hay que hacer mención de un intento de compra anticipada que nos ha resultado frustrada ya en repetidas ocasiones. Hace más de un año tuvimos noticia (por la prensa) de que dos whiskys comercializados por la cadena de supermercados ALDI habían obtenido sendos galardones de altísimo prestigio internacional. Un blended y un malta de las “islas”. Interesados por probar el segundo, cada vez que un “Aldi” se cruza en mi camino, entro a ver si lo encuentro, algo que nunca sucede. Ignoro las políticas de distribución de la empresa, y no sé si ese tipo de noticias y hechos responden a alguna estrategia de “reclamo” o “construcción de prestigio”, pero el caso es que se nos ha quedado fuera del “experimento”. Una pena.

La cacería prosiguió en Mercadona. Allí encontré un DYC de malta que se vende igualmente en algunos otros supermercados. DYC actualmente parece pertenecer a la multinacional Beam Global. Eso es algo que, en principio, puede ser muy bueno o muy malo, en función de lo que la entidad superior decida o plantee con respecto a la destilería. Una gran cantidad de destilerías escocesas de las de “toda la vida”  son propiedad de grandes grupos empresariales de dimensión multinacional (varios de ellos japoneses) y gracias a ello sobreviven haciendo lo mismo que han hecho durante décadas. El caso es que, actualmente, DYC, aparte de otros productos blended, ofrece al mercado un Pure Malt de 10 años de antigüedad, y un Single Malt de 15. Pero el que probamos nosotros era un Single Malt de 10 años que no aparece en el catálogo de internet de la destilería, quizás, precisamente, por estar completamente dedicado a la distribución en grandes superficies (realmente no lo sabemos). Este ejemplar es de producción nacional y presume de utilizar cebada de Castilla y León, algo que nos alegra mucho. Fue un whisky que provocó una evidente diversidad de opiniones entre las que no apareció ninguna crítica severa, aunque tampoco grandes elogios. Resultó aceptable para la mayoría, más que aceptable si consideramos que tuvo un precio de 14,95 € y, todo hay que decirlo, los de Segovia se han ganado un potencial cliente, porque hubo uno de nosotros a quien el whisky le gustó mucho. Por lo demás, degustado este, hemos decidido que probaremos el de 15 años.
La fase de búsqueda y captura finalizó en Hipercor, donde capté los dos últimos whiskys dedicados a la degustación “low cost”. Aunque aquí la oferta era más amplia, y me costó más tiempo decidirme qué escoger, finalmente me mantuve comedido en los precios y me alejé de marcas conocidas.

“Copper Dog” se presenta como el whisky del Craigellachie Hotel, lo cual para mí fue una gratísima sorpresa, porque conozco la localidad y disfruté de una estancia en ella durante unos días hace algunos años. El pueblo está localizado en la confluencia entre el río Spey y su afluente el Fiddich. No sé cuántos bares tendrá en total, pero no creo que sean más de los cuatro de los que tengo referencias. Uno de ellos es un pub muy sobrio, al más puro estilo tradicional, bello y solitario, situado al borde del Fiddich, en la planta baja de una típica casa escocesa blanca. Otro es un amplio y concurrido pub situado en el centro del pueblo, donde se puede cenar, se concentra mucha gente y sirven un malta propio denominado The Highlander (como el pub). Pero algo apartado, en una ubicación privilegiada, está situado el hotel Carigellachie, lujoso y elegante, el cual no he tenido el placer de disfrutar. El caso es que dicho hotel tiene su propio pub, además de un bar muy especial. En el pub hay una carta con 98 maltas disponibles, pero en el Quaich Bar presumen de atesorar una colección de ¡900 single malts!. Con esas referencias, quién se podría resistir a probar “su” pure malt (que ellos denominan “blended malt”). Y menos aun teniendo en cuenta que tan singular experiencia iba a costar apenas 19,90€. En este caso las valoraciones y comentarios resultaron bastante diversos. Es un whisky de cierta complejidad de matices, por lo que probablemente requiera una degustación más atenta, quizá algo repetida y, seguramente, solitaria (sin la mediación de otros whiskys). En general fue bien aceptado, aunque sin arrancar verdadero entusiasmo.

Con aspecto serio, bien presentado en estuche cilíndrico de cartón, pero una denominación lamentable, se presentó el “Glennscott”. Un whisky declarado de las Highlands, de nuevo “blended” malt (otro pure) y de 12 años de edad. Todo ello con un contenido precio de 21,30€. Lo del nombre me parece un desatino. Para empezar, por aglutinar dos referencias genéricas nada disimuladas, tratando, seguramente, de hacer que el potencial comprador evoque Escocia a toda costa. Pero además por colocar lo que modestamente creo que es una ene de más en mitad. Me temo que lo hayan hecho para evitar coincidir con otro whisky de marca “Glen Scott”, que comercializa varios whiskys de precio aparentemente asequible, sin referencia a destilería alguna, con cierta obsesión por el posicionamiento a través de redes sociales y que incluye en su catálogo (y esto sí que tiene cierto interés) un malt kosher para los aficionados de la comunidad judía.  Denominación aparte, el ejemplar que Hipercor presenta como “marca blanca”, está destilado y mezclado en Escocia, se elabora en exclusiva para Hipercor y su itinerario de comercialización pasa, de alguna manera, por Bogotá (¿?). El encargo lo asume la firma Masoliver (Gerona), empresa licorera que parece estar especializada en la importación, a través de Masoliver, y en algunas elaboraciones (Beveland) mediante una destilería propia. El whisky resultó suave. Nada agresivo, sin gran personalidad, pero cumplidor. Fue bien acogido por todos, y aunque no será favorito de nadie, sirve para cumplir el papel de un whisky de malta sencillo si en algún momento te apetece tomarte uno.

Y eso fue todo con respecto a nuestro “experimento”. Mereció la pena llevarlo a cabo, y para nada arruinó nuestra degustación anual. A través de estos cinco whiskys pudimos poner en acción nuestros instintos perceptivos, buscar matices y encontrar algunas gratas sensaciones. Aunque no descubrimos ningún tesoro oculto, pese al positivo hallazgo inicial, lo que a priori pudiera haber sido calificado como una apuesta de altísimo riesgo, no fue tal, así que quién sabe, el tiempo lo dirá, quizás el whisky de malta “low cost” ha llegado para quedarse.