El año está siendo muy malo. Formalmente desde que se decretó el estado de emergencia a mediados de marzo, aunque, de modo sabido, pero irresponsablemente no reconocido por nuestros gobernantes, desde, incluso, uno o dos meses antes. En definitiva, todo el año. Con contagios, muertes, ruinas económicas, gestión improvisada a causa de la gran falta de conocimiento (científico, experimental, estadístico, etc.). Y por si fuera poco, con un incongruente fluctuar de medidas y restricciones, muchas veces basadas en suposiciones, caprichos de autoridad e interpretaciones subjetivas de la realidad viral, y de lo que algunas personas con mando opinan, imaginan, predicen… que va a ser el comportamiento de la gente. En fin, dejémoslo. El panorama no invitaba a que nuestra degustación anual fuera a celebrarse. Pero el impulso de la tradición y las ganas han sido suficientes para motivarnos a organizarlo, sea como sea.
El criterio básico estaba claro y era doble. Por un lado, ser lo más afines posible a nuestro habitual proceder, a nuestras señas de identidad más arraigadas. Por el otro, máxima responsabilidad cívica, es decir, cumplir con la normativa sanitaria vigente, tuviera ésta o no (que las tenía) más o menos incongruencias y detalles absurdos o inconsistentes. Así pues, la primera idea fue plantear una degustación presencial a tres bandas, con tres puntos de reunión paralelos, comunicados entre sí por vía telemática. Uno en Santander, otro en Madrid y otro en Campoo. De esa manera, primero con un tope máximo de 10 asistentes por sede, más tarde rebajado a 6, podríamos celebrarlo. Sin embargo, las restricciones fueron mermando más y más la libertad de acción ciudadana, limitando las reuniones de no convivientes e imponiendo un toque de queda nocturno con inicio a las 10 de la noche.
Ante tal panorama, únicamente nos quedaba la opción virtual: cada pareja, participante o participantes muy “allegados” en su casa, y todos interactuando por medio de una aplicación de comunicación de video llamada colectiva. Pero claro, eso no supondría ser algo muy diferente de cualquier otra reunión familiar o de trabajo, que en tal formato tanto han ido proliferando en la vida corriente de la mayoría de nosotros. Para lograr que la degustación fuera realmente especial había que idear algo más. Y la solución vino de la mano de una idea que suele triunfar en los “digitalmente tecnológicos” tiempos que corren: lograr integrar lo virtual con algo puramente “analógico”. Algo que, en nuestro caso, resultaba evidente… ¡el whisky!.
Así pues, todo se puso en marcha. Se estableció una fecha. Un sábado a las 10 de la noche, eso sí, ya cenados, pues no era cuestión de ponerse a comer “en pantalla”. La respuesta a la convocatoria fue máxima, la totalidad de los participantes habituales (22) ya que, en este extraordinario formato, ni la distancia física, ni las agendas personales suponían problema para nadie. De hecho, técnicamente, la mayoría íbamos a participar en un evento que se iniciaría a la misma hora que el toque de queda nocturno. Pero no incurriendo en ilegalidad alguna, ya que lo haríamos sin salir de casa. La parte de implementación tecnológica se fue dejando para el final. Lo primero era el proceso “analógico”. Para empezar, una buena y rápida selección, compra y recepción de whiskies en el mercado de Internet. Segundo, un laborioso trasiego de licor, repartiéndolo en un lote de botellitas, de manera que quedaran completos tantos lotes como parejas había apuntadas al evento. Tercero, un reparto de cada “kit” de tres botellitas etiquetadas, entregado a cada “sede”.
Los whiskies prometían mucho. Se trataba de ejemplares de reconocido prestigio:
- Bowmore 12 años. Un clásico Single Malt de Islay.
- Bunnahabhain Stiùireadair. Otro Single Malt de Islay.
- Mortach 12 años. Un Clásico y prestigioso Single Malt del Speyside, de Dufftown para más señas.
Tras alguna “pelea” previa con un software que aquella noche no se mostraba muy colaborador, y al que hubo que engañar dando “un rodeo”, comenzó la reunión con la progresiva incorporación virtual de las parejas o individuos asistentes. Al principio con los típicos saludos formales y cariñosos, hasta que la masa crítica de conexiones fue tal que aquello empezó a convertirse en una especie de gallinero electro-acústico. Así pues llegó el momento de iniciar formalmente el acto.
Tras la correspondiente introducción del presidente, se pasó a un turno de intervenciones de saludo, bienvenida o encuentro, desde cada uno de los puntos de conexión: Santander (varios), San Cibrián, Ribamontán al Mar (varios), Astillero, Madrid y Buenos Aires. Fue agradable y reconfortante poder reunirnos y comprobar que tanto nuestra salud como el buen humor seguían intactos en todos los casos.
Lo siguiente fue proceder a la cata que, en esta singular ocasión, resultó más técnica y formal que nunca. Para ello se había preparado una presentación interactiva que ocupó la pantalla de los ordenadores, en la que se veían pasos de valoración de diferentes aspectos del whisky, mientras cada persona podía participar aportando su evaluación personal por medio de su teléfono móvil. Gracias a ese procedimiento, en tiempo real, cada whisky iba siendo valorado en aspectos que iban desde el color, a sus matices aromáticos, de paladar y de profundidad, mientras todos podíamos ir comprobando el resultado colectivo de nuestras aportaciones.
Ejemplo.
El procedimiento descrito se fue realizando con cada uno de los tres whiskies elegidos, aunque sin prisa, pues una vez emitido el juicio sobre cada uno de ellos, volvíamos todos al modo pantalla de reunión, para disfrutar de él, charlando amigablemente.
Los tres whiskies gustaron mucho. Ya daremos cuenta de ello en esta web en el futuro, uno a uno, aunque ahora podemos comentar algunos pequeños detalles de interés relacionados con la reunión. El Bowmore era una repetición. Aunque es raro que repitamos whisky en nuestras degustaciones, haber probado ya bastantes más de 100 ejemplares dificulta cada vez más el no hacerlo. Por eso, de vez en cuando y con la correspondiente justificación, nos permitimos el hacerlo. En este caso fue un acierto porque quedó demostrado que este whisky ratificaba ¡25 años después! Nuestra aceptación y entusiasmo cuando lo probamos por primera vez.
Bunnahabhain ya habíamos probado uno anteriormente. También muy bien valorado. Pero en esta ocasión se ha tratado de una versión diferente. Sin añada declarada y de elaboración más contemporánea, siguiendo un proceder al que se han arrimado gran parte de las destilerías de malta, quizá presionados por el mercado, en forma de demanda de novedades y cierta prisa de producción. En cualquier caso, hay que admitirlo, el resultado es francamente bueno, estando a la altura de la calidad habitual de esta destilería. Los galardones que acompañan al producto, en esta ocasión, no engañan.
También habíamos tomado un Mortach en alguna celebración precedente. ¡Un 16 años, nada menos!. Y el 12 de esta vez no nos defraudó en absoluto. Nos encantó, convirtiéndose, de hecho, en el mayor triunfador de la velada.
La fiesta se mantuvo un rato con conversación libre y desenfadada. Cada “punto de emisión” mostró al resto el o los whiskies elegidos para disfrutar de la fase final de la velada. Hay que señalar que hubo gran y apetecible variedad. La noche se despidió con un turno final de despedidas muy entrañable, que sirvió para comprobar lo acertado del formato de celebración, así como el éxito moral, histórico, licorero y emocional de la degustación. Haberla celebrado ha resultado un gran espaldarazo para la continuidad del Clan, sirviendo para unirnos más aún y ratificando nuestra ya larga trayectoria.
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