Hay años en los que la preparación de la degustación me da bastante pereza. Sobre todo, justo después de haber celebrado la anterior. Y así va pasando el invierno, sin pensar en la cita siguiente. Después, durante la primavera y el verano, son otras muchas cuestiones, planes y actividades las que me entretienen y ocupan, así que aparto la futura degustación de mi mente. Pero claro, llega septiembre y, una de dos, o nos regala una prolongación veraniega, o nos anticipa un otoño fresco. Lo primero me produce una procrastinación inconsciente con respecto a la degustación. Lo segundo, algunas veces, como decía, cierta pereza. Ante esto, la experiencia me dice que es el otoño quien le va poniendo remedio: se van acortando los días, el tiempo, cálido o frío, seco o lluvioso, apacible o ventoso, me empieza a recordar ambientes y geografías que asocio al whisky. La vecindad disminuye radicalmente finalizado agosto, provocando que los encuentros casuales durante los paseos únicamente se den con gente local, resultando por ello más hogareños, tal vez provocando cierto sentimiento de cotidianidad rural. También la luz otoñal ayuda a ello, y el progresivo acortamiento de los días. Pero eso no es todo, en ocasiones, como este año, la transición del verano al otoño ofrece más pistas o estímulos con cierto sabor a whisky. He aquí algunos de los que me han sorprendido este año y, de paso, me han servido de acicate y motivación para poner en marcha nuestra próxima degustación anual.
Al final del verano teníamos que ir a Comillas para ver una performance de un amigo fotógrafo. Conscientemente, apuramos el periodo de exhibición para evitar visitar la villa en agosto, con todas las incomodidades que la presión turística genera por allí. Así que, ya en septiembre, una tarde de día laborable, fuimos a ver la exposición, y aprovechamos el traslado para hacer una visita guiada al Capricho de Gaudí. La visita guiada merece la pena porque muestra muchos detalles y aporta ciertas informaciones que, de otro modo, pasarían completamente desapercibidos. Pese a ser aquel el primer proyecto de vivienda acometido por el arquitecto barcelonés, nos quedó claro que sabía lo que hacía, y lo que se necesitaba entonces para un hogar en plena cornisa cantábrica. Muchas de las ventanas, especialmente las que dan al norte, son de tipo guillotina. Evoluciones sofisticadas de los típicos modelos escoceses. Y escocés era, también, el tipo de chimeneas que instaló en algunas estancias (por lo menos dos). Contemplar el funcionamiento de los ventanales y admirar tales chimeneas nos recordó, inevitablemente, nuestros viajes a Escocia y a sus destilerías.
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El Capricho de Gaudí. (Imagen propia). |
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Chimenea tipo escocesa en una de las estancias del Capricho. (Imagen propia). |
Días después pasamos un fin de semana en Campoo. Para mí, pasar unos días por allí, cuando todavía no hay nieve, se me asemeja a acercarme a una especie de Escocia local. Será por la chimenea, la temperatura, las montañas romas, el brezo del campo y los paseos por el monte. En este caso, además, nuestro plan se centraba en un castillo. El de Argüeso, el único que por allí hay. Había programado un doble concierto de grupos tributo en el patio del castillo. El segundo de ellos resultó impresionante. Nada menos que un grupo especializado en, y autorizado por, Mike Oldfield. ¡Buenísimos!
Oldfield es inglés. Sin embargo, su obra ha presentado unos cuantos vínculos con Escocia y con Irlanda. Preguntado sobre el origen de su interés por la música, respondía hace años que entre sus primeros recuerdos motivacionales estaban los momentos en los que su padre, con una guitarra que se había comprado estando de misión militar en Egipto: «solía tocar la guitarra cada Nochebuena, cantando la única canción que sabía tocar, Danny Boy».
Probablemente su disco más famoso en España haya sido Tubular Bells, que fue además el que le catapultó a la fama. Con el paso de los años regresó al concepto o temática Tubular Bells al menos en dos ocasiones. Cuando la segunda, Tubular Bells II, se estrenó en Escocia, lo hizo en la explanada del castillo de Edimburgo y acompañado por la Scottish National Orchestra.
Sin embargo, la que está considerada como su obra maestra es el álbum Ommadawn, en el que los aires folk y las influencias musicales celtas cobran gran importancia y presencia. Contó en él con varios colaboradores, entre los que destacaba el gaitero irlandés Paddy Molloney. Y ya que estamos con colaboraciones, se hace necesario mencionar a la cantante Maggie Reilly, escocesa de maravillosa voz que, tiempo después, interpretó canciones para Olfield durante varios años. Un afamado ejemplo de ello es el tema To France, incluido en el LP Discovery. La canción en cuestión, Olfield se la dedicó a Mª Estuardo, reina de Escocia entre 1542 y 1567. Y pudimos disfrutarla en Argüeso.
Aquella noche no hacía frío en Campoo. Todo lo contrario. Una ola de calor asolaba el norte y nos deparó una tarde y noche cálidas y agradables, aderezadas por una suave brisa acariciadora. Muchas mujeres en camisetas de tirantes. Había luna, estrellas y un generoso montaje de luminiscencia que decoraba las paredes del edificio principal del castillo. Los músicos dieron la talla, ofreciéndonos un gran concierto que culminó con fuegos artificiales.
Algunos días más tarde me vi en Londres. No visitaba la ciudad desde hacía unos 36 años y la encontré cambiada en varios aspectos. Pocos coches particulares en el gran centro, con un tráfico (lento y moderado) basado en autobuses, taxis y vehículos de compañías de transporte de nueva generación. A cambio, muchas bicicletas, de todo tipo y manejadas por personas de edades y condiciones aparentes de lo más diversas. Proliferación de edificios muy modernos buscando las grandes alturas como límite a su capacidad espacial. Se ve que los solares que, lentamente, se van reutilizando al cabo de los años, son parcos en extensión, y su habitabilidad se explota al máximo en altura. De hecho, la ciudad está sembrada de grúas abrazadas a grandes pilares de hormigón que ejercen de columna vertebral de esos nuevos edificios, los cuales se desarrollan desde y alrededor de ese gran pilar central. La modernidad de la edificación londinense, además de por su altura, parece caracterizarse por los acabados brillantes, acristalados y reflejantes de los cubrimientos de las fachadas. Hay vidrio en todas las direcciones del horizonte. Algunas torres nuevas sueltas (separadas de las que ya conocía de la City) al norte del Támesis, muchas a lo largo de la orilla sur, y toda una especie de nueva City al este de la ciudad, en la zona de Canary Wharf. Precisamente, en las inmediaciones de este último lugar, un poco más al sur, río abajo, en Millwall, daba comienzo un evento a remo (de banco fijo) que nos llevaría, a base de paladas, hasta Richmond, 33 kilómetros río arriba. No se trata de dar cuenta del evento aquí, sino de subrayar que hubo una nutrida participación de barcos y tripulaciones escocesas en la regata.
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Algunas de las embarcaciones escocesas con que nos encontramos durante la regata. (Imagen: montaje propio a partir de imágenes de hrrphoto.co.uk). |
Tampoco viene al caso contar nada de mis actividades y visitas durante los días que pasé en Londres, sin embargo, tuve un hallazgo fugaz, involuntario y totalmente casual un día que paseaba por el centro. Creo recordar que caminaba desde Trafalgar Square hacia Covent Garden cuando vi, a mi derecha, un antiguo edificio, de unas tres alturas, cuya fachada estaba coronada por un frontispicio que rezaba: The Tam O’shanter 1896. Nada menos que el título del poema de Robert Burns que el Clan Pagüenzo empleó para celebrar su quinto aniversario. De vuelta a casa, investigando un poquito sobre el inmueble, descubrí que «The Tam O’Shanter estaba situado en el 103 de Charing Cross Road. Construido en 1896, el nombre todavía puede verse en relieve en el frontón. Ahora es parte de la infame cadena Scotch Steak Houses. Este pub cerró en 1960». Es decir, que el edificio fue un pub del centro de Londres, que como tal duró 64 años. El comentario, suficientemente informativo como para ponerme en situación, se había quedado ya obsoleto, pues tampoco quedan rastros de la franquicia de carne, ahora sustituida por un establecimiento asiático.
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Fachada del antiguo The Tam O'Shanter en Londres. (Imagen propia). |
Otro día, trasteando por Candem Market me topé con una microdestilería. No, no era de whisky ¡lástima! Sino de ginebra, que tampoco está mal. Recordar a las chicas de Lussa en la isla de Jura resultó inevitable.
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Interior de micro-destilería en Candem Market. (Imagen propia). |
Ya de regreso, aproveché el paso por la zona Duty Free del aeropuerto para buscar whiskys de malta que, no habiéndolos probado anteriormente, sirvieran para la celebración de la próxima degustación. Había bastantes opciones entre las que elegir. A parte de la proliferación de versiones y añadas diferentes de destilerías habituales, resulta que hasta los ingleses han acabado subiéndose al carro del malta, apareciendo algunas marcas que lo ofertan. Pero no me dejé seducir por ellas. Había suficientes opciones escocesas a la vista. Adquirí tres: un clásico terminado de modo diferente, gracias a un proceso de triple destilación; y dos totalmente nuevos para el Clan.
Y claro, al ver los estuches, las etiquetas y los ambarinos colores del contenido líquido, se me ha pasado toda aquella pereza organizativa, y ya he convocado a las amistades para la celebración de próxima degustación (edición XXXIIª) que se hará efectiva en noviembre. En plena temporada de whisky.
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