O lo amas o lo odias. Los licores elaborados en esta destilería presentan carácter de Islay sin contemplaciones. La isla es un territorio en el que se concentra una importante densidad de destilerías entre las que se encuentran aquellas que producen algunos de los maltas más ahumados de toda Escocia. Por si acaso, si alguno de ellos es menos ahumado, no debe el consumidor confiarse, porque su agresividad surgirá mediante algún otro tipo de atributo. Y en los pocos casos en los que el whisky en cuestión no sea tan fuerte, seguramente sea porque atesore otros motivos más sutiles que le harán igualmente deseable.
Sobre Laphroaig, en el Clan Pagüenzo celebramos una degustación monográfica en 1999 en Santiurde de Reinosa, muy cerca del collado Pagüenzo, en plena cuenca del río Besaya. Entonces dimos cuenta de dos acabados diferentes y pudimos compararlos con su “vecino” más ilustre en la isla: el Lagavulin 16 años. Los representantes de Laphroaig fueron su estándar de 10 años 43%, y otro 10 años Original Cask Strengh 57,3%. Del primero comentamos que nos pareció «muy fuerte, de los más invernales que existen, iodado, etc. Para fans de la destilería». En cuanto al segundo «Más de lo mismo, pero más alcoholizado aunque, sorprendentemente, no se nota tanto al probarlo como pudiera esperarse de las cifras y tras haber probado el otro. (57'3 %)». Pero de aquello han pasado ya más de dos décadas, por lo que no vamos a recrearnos en ello. En esta ocasión traigo a colación el resultado de una “recata” personal de un ejemplar de Laphroaig algo especial. La llevé a cabo en Pesquera, otro modesto pueblo también próximo al collado de Pagüenzo.
Antes de hablar de esta versión diferente, he de señalar que, durante muchos años, el Laphroaig “convencional” ha sido el whisky favorito de uno de los miembros históricos del Clan Pagüenzo. A ambos, a nuestro amigo y al Laphroaig, les gusta mostrarse como divergentes contestatarios. No es mi estilo, pero a ambos y a sus caracteres… los disfruto. Recuerdo que al finalizar el siglo XX, el mencionado compañero y yo nos ilusionamos con habernos hecho propietarios de un pie cuadrado de territorio fangoso cada uno, al que se suponía que nos había dado derecho la adquisición de sendas botellas. Sin embargo, pese a haber rellenado la correspondiente tarjeta incorporada a cada botella, y haberla enviado a la destilería, nunca llegamos a recibir los títulos de propiedad. Quizás se referían a un valor simbólico. Tal vez fuimos expropiados tiempo después con la disculpa del Brexit. No lo sé, pero hubiera sido divertido visitar la propiedad. Calzarse unas buenas katiuskas de tiro alto y hacer acto de presencia sobre el terreno.
El “acabado” al que pretendo hacer referencia aquí es el PX Cask, triple Matured. La tercera de las tres aludidas maduraciones se lleva a cabo en barricas que hayan contenido Sherry Pedro Ximénez. Es un tipo de acabado muy aplicado y prestigioso para varios de los principales productores de whisky de malta escocés. En cuanto a los periodos de maduración previos, en este caso siguen la siguiente secuencia: la primera se lleva a cabo en barricas previamente utilizadas para bourbon (otro recurso muy habitual); en cuanto a la segunda, lo que cambia es la estrategia de almacenamiento. Se emplean “quarter casks”, que son barriles más pequeños, buscando generar mayor contacto del licor con la madera. En total, el whisky madura durante 10 años. Aunque soy propenso a defender maduraciones entre los 12 y los 16 años (que es donde, generalmente, he ido encontrando los whiskys que más me han ido gustando), reconozco que no hay que ser fundamentalista en tal criterio, pues ocasionalmente se encuentran productos excelentes ligeramente más jóvenes o maduros. De hecho, en Laphroaig, que es un clásico indiscutible en el mundo del whisky de malta escocés, lo de los 10 años ya hemos visto que es una costumbre arraigada.
Vamos pues a referirnos a la impresión que me causó este whisky en concreto. Su color me resultó difícil de precisar al encontrarme entonces en unas condiciones de luces cálidas, pero poco intensas. Chimenea y bombillas tenues en una salita, toda ella forrada con planchas de madera. Me pareció plenamente intermedio en la escala cromática habitual de las tonalidades del whisky.
Respecto al aroma, mucho más fácil. No se esconde, tiene olor. Medicinal, del contenido escondido de algún viejo frasquito de botica abandonada. Pero muy agradable y con sutiles sugerencias a algo tipo loción vetusta. Evocador. Nostálgico de lociones o friegas corporales.
Ya en el trago, muestra un sabor de gran riqueza y enorme complejidad. Muy cambiante en función del juego en la boca. Muy, muy estimulante de las papilas gustativas. Proporciona un amargor potentísimo, pero respetando un dulzor muy agradable. Por eso, tirando de algunos de esos modelos de calificación que los expertos diseñan en forma de cuadrantes de dos o cuatro dimensiones (depende del punto de vista del usuario), personalmente lo calificaría como “rico al máximo” dentro del binomio ligero-rico; y de ahumado (aunque no demasiado) ajustando el criterio delicado-ahumado.
Como añadido, este whisky aporta un fantástico final. Cálido, pero no agresivo. A modo de buena compañía de velada. Una que no te abandona. De las que se quedan ahí agazapadas, reconfortante hasta que te duermas. En resumen, se trata de un whisky fantástico, diferente a cualquier otro. «Single Malt Laphroaig madurado mediante un proceso triple en barricas (bourbon, roble americano y de Pedro Ximenez). Color bastante más tostado y oscuro que lo habitual del Laphroaig. Resultado: un Laphroaig quizás levemente suavizado y con matices algo más complejos y menos "medicinales"». (Anotación personal del día que lo degusté con atención).
Mi botella, concretamente, era de 1 litro (procedencia aeroportuaria). (Imagen: clanpaguenzo). |
Aquella noche, estando a solas en la casita de montaña y bosques, habiendo cenado y habiendo pasado algunos buenos ratos leyendo, decidí explorar los matices de este whisky con atención. Una vez tomadas las escuetas notas necesarias al respecto, me dispuse a disfrutarlo sin presiones. Removí los últimos leños de la chimenea y bebí los últimos sorbos sin prisa mientras, ensimismado entre sus vapores y sensaciones gustativas, escuchaba a Paolo Nutini entonar en directo “A Man's a man for a' that”, seguido de Tara Kannangara y Colin Story versionando “Auld Lang Syne”. Da gusto ver que la gente joven homenajea algunas tradiciones. Brindo por ello.
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